El síndrome del “yo sé”: El efecto Dunning–Kruger en la política dominicana
- Leonardo Gil
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Por: Leonardo Gil. Director de ICP de República Dominicana
20 de diciembre de 2025
En la República Dominicana la política es un escenario donde conviven el talento, la estrategia y la experiencia… pero también la temeridad, la ignorancia confiada y la peligrosa ilusión de superioridad. Este último fenómeno tiene nombre y explicación científica: el efecto Dunning–Kruger, descrito por los psicólogos David Dunning y Justin Kruger para referirse a la tendencia de algunas personas con bajos niveles de competencia a sobreestimar de manera exagerada sus capacidades.
En política, este sesgo cognitivo se agrava porque las recompensas visibles —poder, reconocimiento, micrófonos, aplausos— pueden despertar en cualquiera la sensación de que “sabe”, aunque no sepa. Y en la República Dominicana, donde el debate público a veces se convierte en espectáculo, el efecto Dunning–Kruger aparece con frecuencia disfrazado de discurso populista, seguridad impostada o arrogancia vacía.
El político que no sabe… pero cree que sabe
“Opinar no cuesta”, dice el refrán, pero gobernar sí. El problema es que muchos aspirantes políticos confunden lo primero con lo segundo. El efecto Dunning–Kruger se manifiesta cuando personas con poca formación política, económica, social o institucional confunden ocurrencias con soluciones, desinformación con propuesta, y frases altisonantes con estrategia.
Lo peligroso no es la ignorancia. Lo peligroso es la certidumbre arrogante de quien no sabe que no sabe. Saber que no lo sabemos todo nos hace sabios en un mundo que cambia rápidamente, las habilidades para repensar y desaprender nos da inteligencia humilde, pero muchas veces el exceso de confianza desplaza a la competencia.
En la política dominicana suele pasar que los más preparados hablan con prudencia, mientras que los menos capacitados lo hacen con un nivel desconcertante de seguridad. Este desequilibrio favorece al incompetente ruidoso sobre el experto silencioso. De eso tenemos ejemplos por montones: Funcionarios que subestiman la complejidad de una crisis —económica, sanitaria o de seguridad— porque creen que todo se resuelve “con voluntad” o candidatos que piensan que una campaña se gana “con un buen discurso”, ignorando estrategia, segmentación, ciencia de datos, estructura y financiamiento. Dirigentes que creen dominar temas técnicos solo porque vieron un video en redes sociales.
Y cuando estos perfiles logran posiciones de influencia, el país paga la factura: decisiones improvisadas, errores costosos, crisis mal manejadas, y un impacto directo en el bienestar de la gente. Y es ese ecosistema que alimenta el Dunning-Kruger dominicano.
El fenómeno no surge de la nada. Está alimentado por un ambiente mediático ruidoso, donde la visibilidad pesa más que la preparación, quien habla más duro parece saber más, una redes sociales que premian la simplicidad sobre la verdad, una frase sin fundamento tiene más alcance que un análisis técnico, una cultura del “tigueraje político” que exalta la viveza por encima de la competencia, la baja alfabetización política que facilita que los ciudadanos confundan convicción con capacidad, partidos políticos que, a veces, privilegian popularidad sobre meritocracia y abren espacio para que perfiles dudosos y poco preparados avancen sin filtros.
El efecto Dunning–Kruger no es solo un problema psicológico: es un riesgo institucional, liderazgos incompetentes pueden tomar decisiones sin medir consecuencias, políticas públicas mal diseñadas generan retrocesos estructurales, debates degradados reducen la calidad democrática, electores confundidos pueden elegir candidatos carismáticos pero incapaces, como consecuencia la política se llena de ruido, no de soluciones y ese costo lo asume el país entero
Pero la pregunta es ¿Cómo contrarrestarlo? Para marchar hacia política más competente necesitamos más formación política y cívica desde las escuelas y universidades, partidos políticos que implementen filtros reales, evaluaciones, trayectoria y méritos, medios de comunicación que premien la profundidad, no el espectáculo, ciudadanos que cuestionen, investiguen y no se dejen seducir por frases vacías, promover la profesionalización de la función pública, campañas basadas en datos, evidencia y técnica, no improvisación. El antídoto contra el Dunning–Kruger no es silenciar a nadie. Es elevar el nivel de la conversación pública.
La política dominicana necesita menos “expertos en todo” y más líderes capaces de reconocer lo que saben… y, sobre todo, lo que no saben.
Porque un político que ignora sus limitaciones no solo se engaña a sí mismo: pone en riesgo el futuro de todo un país.
¿Estamos preparados, como sociedad, para exigir más competencia y menos arrogancia en los liderazgos que elegimos?








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