DE LA GUERRA CULTURAL AL PRAGMATISMO: La sorprendente transformación política de Canadá en vísperas de las elecciones
- Eugenio Juliá Tarno
- 27 abr
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Eugenio Juliá Tarno, Especialista en Opinión Pública.
El próximo lunes 28 de abril, los canadienses van a las urnas. Pierre Poilievre, del Partido Conservador, es combativo y elocuente, pero probablemente no sorprenda que, de acuerdo con datos de las últimas encuestas, la mayoría de los canadienses consideran que Mark Carney, exbanquero central y líder del Partido Liberal, sería un mejor primer ministro para los próximos años.
Lo que sí resulta sorprendente es el extraordinario realineamiento de la política canadiense ocurrido en los últimos tres meses. Este fenómeno no solo ilustra los efectos de la guerra comercial en la política, sino que ofrece una hoja de ruta para que los partidos de centroizquierda escapen de las guerras culturales tóxicas. Contiene lecciones para la política democrática en todo el mundo.
Canadá es apenas el segundo país occidental en acudir a las urnas desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos. El ánimo y el panorama político han sido transformados por su agresividad —incluidos los aranceles y sus amenazas de convertir a Canadá en el “estado número 51”— y por la renuncia de Justin Trudeau, el primer ministro de larga data, ocurrida el 6 de enero. En diciembre, los liberales estaban 25 puntos porcentuales por detrás de los conservadores. Ahora, los liberales aventajan por cinco puntos.
Este giro es el más grande y rápido en la historia de Canadá, y uno de los mayores registrados en cualquier parte del mundo. El apoyo a los conservadores está distribuido de manera ineficiente entre los distritos electorales: la provincia de Alberta es para ellos lo que California es para los demócratas en EE.UU. Como resultado, la sólida ventaja de los liberales en las encuestas se traduce en una probabilidad del 86% de que obtengan la mayoría de los escaños en el Parlamento, según el modelo de predicción de The Economist.
Una de las lecciones de este fenómeno es la primacía de los temas económicos en medio de la guerra comercial. Es cierto que a los canadienses ya les preocupaba la economía antes de la elección de Trump. Canadá arrastra un problema de productividad, como señala esta semana Michael Ignatieff, exlíder liberal. El PIB real per cápita ha caído durante dos años consecutivos y ha retrocedido al nivel de 2017. Pero las consecuencias de la guerra comercial en un país tan estrechamente integrado con Estados Unidos han centrado la atención del electorado en la resiliencia económica y el crecimiento.
Esto ha elevado la relevancia de las credenciales de Carney frente a las de Poilievre, un político de carrera. Consultados sobre por qué prefieren a Carney para enfrentar los embates comerciales de Trump, los votantes mencionan su experiencia como banquero central más que cualquier otro factor. Ambos partidos han coincidido en políticas similares y sensatas, orientadas al crecimiento económico, que buscan estimular la inversión en energía y vivienda sin cargar de impuestos a los ciudadanos. Poilievre merece crédito por esto: algunas de sus ideas han sido adoptadas inteligentemente por Carney.
Otra lección importante tiene que ver con las guerras culturales. Bajo Trudeau, Canadá se convirtió en un país dividido, en parte por su énfasis en la política identitaria y su tendencia a tratar a quienes disentían como moralmente ilegítimos. Poilievre, a su vez, convirtió esto en un arma, y los conservadores se transformaron en un movimiento de protesta contra la política progresista moralizante, a menudo con claras reminiscencias del trumpismo (los concervadores llegaron a usar el lema “Make Canada Great Again”).
Carney ha logrado salir con sorprendente facilidad del pantano identitario de Trudeau. Ha puesto el acento en la unidad con un mensaje pragmático y patriótico, centrado en soluciones a los problemas que más preocupan a los canadienses. Estos incluyen un programa de construcción de viviendas, una reforma a los impopulares impuestos al carbono para que no recaigan directamente sobre los consumidores, y el reconocimiento de que, para mantener el consenso social, los niveles de inmigración deben ajustarse a la realidad del mercado de la vivienda. Poilievre tiene políticas similares, pero ha quedado descolocado porque su marca personal está asociada con el combate en la arena cultural.
Canadá todavía enfrenta cierto grado de incertidumbre. Su sistema electoral First-Past-the-Post (FPTP), permite que cambios de última hora en el voto se traduzcan en grandes variaciones en el número de escaños. Además, Carney es susceptible a las críticas y apenas tiene unas pocas semanas de experiencia como político. Ninguno de los partidos tiene un plan claro para financiar un aumento en el gasto en defensa. Y no está garantizado que se logre un acuerdo para desescalar la guerra comercial con Trump. No obstante, en la víspera de sus elecciones, Canadá ofrece un recordatorio alentador para los países polarizados: la fuerza del progmatismo sobre los debates identitarios.
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